Las obras de Anne Marie Van Sprang se caracterizan por el sorprendente uso que hace del silencio y de la fragilidad como medio de expresión. Son la representación de un tiempo que está como suspendido, de esos momentos a menudo efímeros que salpican nuestra existencia y que muchas veces captamos difícilmente; momentos de una felicidad leve. Los medios que utiliza son los del escultor. Tienen la misma robustez, la fuerza. Sobre una arquitectura de madera sólida y poderosa, en un montaje organizado y complejo a propósito (un entablado que es como un escenario y que la artista recubre con una fina capa de yeso, tal como una espesa cubierta de nieve), dispone figurillas modeladas de bizcocho de porcelana. Ha elegido la porcelana por su transparencia, su finura y su capacidad de jugar con la luz. Por encima, elementos realizados también en ese material penden de hilos y terminan por establecer un vínculo entre la materialidad de la instalación y la transparencia del aire. Parecen escapar a la fuerza de gravedad y producen un movimiento ascendente que acentúa el efecto primero. Una suave impresión de melancolía etérea se desprende del conjunto. Al mismo tiempo, participan en el equilibrio de la obra. En esas representaciones figuradas, la artista convoca un universo cotidiano y modesto, escenas de familia en las cuales la relación afectiva se traduce por gestos despreocupados y felices, vehículos simples y algo pasados de moda, como una furgoneta, objetos de líneas puras explotados por su aparente incongruencia y también por su potencial para evocar momentos simples y efímeros. Cada elemento constitutivo es como un frágil signo. Es la lectura del todo y el arte de Anne Marie Van Sprang los que otorgan sentido a estas representaciones fugaces e intemporales, a estas construcciones mentales que tienen que ver con la poesía y que nos conmueven por su precisión.